NoraCayetano

De nuevo solos, el desconocido la soltó. -¿Por qué hace eso? -Ella se sobó la barbilla-. ¿Por qué actúa diferente con él? El hombre volvía a sentarse en el suelo de piernas cruzadas. -A ti no tengo que asustarte. -¿Porque va a matarme después y no habrá testigos? Volvió la sonrisa fugaz, pero esta vez no le respondió. El Señor esperó a salir del elevador para golpear la pared más cercana con su puño. Un dolor agudo recorrió cada uno de sus nudillos y subió por su brazo para salir como un grito de impotencia. Normalizó su respiración. No quería admitirlo, pero Moriarty siempre había tenido la razón. Ella se había convertido en su mayor debilidad y la habían usado para llegar a él. Ahora debía recurrir a algo que había esperado no tener que hacer nunca. Tomó su celular con manos temblorosas, abrió su bandeja de mensajes y escribió a un número sin guardar "666.1". No tardaron en llamarlo. -Hola, amigo John -dijo Moriarty cordialmente-. Hace años que no veía ese código. Una emergencia

El año terminó muy aprisa. El Señor estaba nervioso, y si Ella también lo estaba no lo dio a entender. Quería preguntarle cuál sería su decisión, pero le preocupaba que presionarla le haría decirle que no más rápido. Si esa sería la respuesta de todas formas, prefería esperar. Pero al fin, después de trescientos sesenta y cinco días, ya no podía más. Ese día, la escuchó levantarse temprano, trotar en la caminadora, darse una ducha. Por fin, tomó el elevador… y pasó de largo su piso. Apretó los puños. ¿Se iría sin más? Apretó el botón de hacia arriba insistentemente hasta que el elevador regresó, luego subió. Todo en su habitación estaba en orden. Sus maletas estaban en un rincón, pero vacías. La escuela. Todavía era entre semana. Podría irse tan pronto volviera, podría quedarse. Sintiéndose un intruso, volvió al elevador. Mientras la esperaba, pensó en toda clase de posibilidades. Era casi seguro de que se iría. A pesar de que se habían vuelto más comunicativos, nada implicaba que ella